Perdidos en una trama insostenible

Hay una serie que –dicen- bate los récords de audiencia, genera expectativas a lo loco y hace que la gente haga lucir sus más aguerridos argumentitos para defender o atacar la supuesta genialidad de una historia retorcida que no resiste el menor análisis . Los perejiles caen como chorlitos en eso del suspenso continuo y nunca resuelto. Las personas inteligentes y sagaces como yo, vemos capítulo tras capítulo (bueno, uno que otro capítulo) con desconfianza y decepción, y al tercer episodio de la maratónica propuesta bostezamos y caemos rendidos, hastiados de esa improcedente mixtura de vacía adrenalina e incontrolable hastío.

La cosa es así: un grupete de sorprendente variedad étnica viene viajando en un avión, el avión se cae en una isla y muchos de sus pasajeros sobreviven. Ahora están perdidos (de ahí el título, “lost”) en una isla paradisíaca en la que pasan cosas raras.

Como es de esperar, muchos de los sobrevivientes quieren escapar de la isla, a otros ni les va ni les viene y, finalmente, está el que quiere quedarse allí. Entre los sobrevivientes se genera una trama de tensión y misterio, porque en el minúsculo islote pasan cosas alocadas: parece que todos ya se conocían de antes sin saberlo, estos viejos conocidos se encuentran con otros que llegaron a la isla antes que ellos (a los que, para no esforzarse demasiado, llaman “los otros”) y se topan con una especie de búnker en el que hay una cosa que la tienen que controlar cada tanto para que no pase otra cosa que nunca se explica pero cuando pasa tampoco se explica; en ese bunker hay videos y hay comida y armas y una especie de satélite o cosa que está protegida por un paredón antirradiactivo y hay otra gente que quiere algo de ese búnker que ahora no me acuerdo (o nunca lo dijeron), y esa gente viene y rapta a los sobrevivientes y los mete en jaulas o los guarda en otro búnker que después te das cuenta de que está en otra isla en la que pasan otras cosas –puede ser que confunda las relaciones, pero es así o más o menos, o no tanto-; hay romances, hay desengaños y operaciones a corazón abierto un quirófano especializado en medio de la selva (¡), además de muchos personajes que se incorporan a cada segundo y una inexplicable nube volátil negra que sale de la nada y mata. Está lleno de cosas que necesitan ser explicadas, pero cuando empieza la explicación aparece otra cosa que hace que la cosa inicial ya no importe. Y todo así. Si alguien empieza a explicar algo, una bala certera, la Cosa negra, un rayo misterioso o repentinas libélulas asesinas hacen callar al hereje que se atreve a revelar algo importante para el desenlace de la trama, poniendo en peligro la fuente laboral de los perversos guionistas.

A todo esto, el increíble genio narrativo de los guionistas -mercenarios de la pluma si los hay- no pudo escapar del “recurso flashback” o, para decirlo con más precisión, “tengo que llenar capítulos y no sé muy bien con qué pero a estos giles les hago comer historias previas que no tienen nada que ver entre sí pero por lo menos los distraigo un rato del hecho obvio de que no tengo la menor idea de cómo atar todos los cabos que empecé a abrir”: de cada uno de los infinitos habitantes de esa isla, se cuenta una historia acerca de lo que hacía ese personaje antes de llegar a la isla. Y como los personajes se multiplican (porque aparecen “los otros”, “los otros otros”, “los otros otros que no son los otros otros ni los otros”, “los de la otra isla”, “los que vinieron del pasado pero ni ellos ni nosotros lo sabemos”, “los que vendrán del futuro”, “los extraterrestres”, “los hombres-babosa”, “los enanos de jardín que cobraron vida por un experimento fallido de la NASA), y como la táctica consiste en hacer un flashback de cada uno de los personajes, entonces los raccontos impertinentes se vuelven parte de la trama principal. Pero hay tantos flashbacks que uno se olvida de la trama principal. De hecho, ¿cuál es la trama principal?

Yo he visto capítulos salteados y, la verdad, no necesito más. Bueno, quizás sí, pero no. Miré los primeros, luego algunos de la segunda temporada, y ahora veo otros de la tercera. O la cuarta, o la décima, o nuevamente la primera. La verdad no sé bien qué vi. En los primeros capítulos, los tipos más o menos querían irse de la isla. Pero cuando agarré los de la segunda temporada, uno de ellos estaba más preocupado por apretar un botón cada tres horas que por regresar a su casita. En otro capítulo, otros (no sé si eran los buenos, los malos, los negros o los enanos de jardín) más preocupados por enojarse con una rubia que los tiene prisioneros y nunca les explica por qué, que por escaparse. Justo justo cuentan la historia de un negro y cuando la historia se termina, aparece la cosa negra volátil y lo mata de un sablazo etéreo. En otro momento, a uno lo cuelgan de las patas en un árbol altísimo y le gritan “vividor, cafiolo barato”, mientras el colgado se ríe y sueña. Ahí empieza el raconto del colgado, quien –según parece- era un conocido exportador de carnes de Michigan y una vez se cruzó con el médico (porque todos los que están en la isla alguna vez se cruzaron entre sí). En otro capítulo, un profesor de historia ciego es arrojado por su ex esposa –loca- a una pileta de natación y muere ahogado, dejando a una adolescente viuda y a un futuro hijo huérfano de padre. Hay un capítulo en el que explota una bomba (o algo) y… bueno, no sé, no lo vi completo. En realidad me lo contaron. Pero algo explota.

Como esta absurda parodia de serie proyectada al infinito no parece tener un desenlace decoroso, desde mi humilde posición de crítica de series ad hoc aventuro un final a toda orquesta:

Todo fue un sueño.

De quién, no importa. Todo fue un sueño. Puede ser una voz en off que diga “y todo había sido un sueño… Fin”

Dentro de veinticinco años, cuando los guionistas empiecen a morir y la serie se vea en aprietos económicos y narrativos, me van a dejar un comentario en este blog y van a decir: “la puta, Bandana, cuánta razón tenías”