Fui a ver “La dama en el agua”, la última de M Night Shyamalan (Sexto sentido, El protegido, La aldea). No les voy a contar de qué va la película, porque no es mi estilo: hay gente que todavía no la vio y los críticos de cine que cuentan lo que pasa en la película se van al infierno, donde les tienen reservado un castigo muy refinado: los sientan en una cómoda butaca de una sala de cine vacía y les proyectan un policial nunca antes visto, con una intrincadísima trama de misterio pergeñada por el mismísimo Diablo. Pasada la mitad de la película, cuando el condenado ya está tan absorto en intentar desentrañar el enigma que hasta olvidó su triste destino post-mortem, se abre una puerta y en el rectángulo luminoso asoma la silueta de un sirviente del Maldito, que dice:
— ¿Todavía no se dio cuenta de que el asesino es el chofer?
La puerta se cierra y el demonio desaparece. Este castigo se repite una y otra vez, siempre con una película nueva (el Diablo es endiabladamente creativo), por toda la Eternidad. Y bien que se lo tienen merecido.
Tampoco esperen que califique la película, si es buena o mala (ya el título de este post alerta sobre mi indefinición). No se hagan ilusiones, yo no soy crítico de cine y aunque lo fuera, las definiciones tajantes no son lo mío. Si quieren averiguarlo, vayan a verla y después me cuentan lo que les pareció por este medio; estoy seguro de que el debate será interesante. Yo sólo me creo en la obligación de advertirles que en el cine me aburrí soberanamente, desde el principio hasta el final (salvo una parte por la mitad de la película, donde realmente la historia me absorbió), y que no fui el único aburrido, a juzgar por el ruido constante que hacían los otros espectadores al acomodarse en sus butacas (alguien dijo que el mejor crítico de teatro es el culo, y podemos extender la genial humorada perfectamente al cine). Pero luego de salir del cine reflexioné y creo que entonces entendí por dónde pasaba la cosa. Ya me ha pasado: cuando hace unos años fui a ver “Tropas del espacio” (de la que alguna vez debería escribir algo), mientras estaba en el cine me pareció malísima y sólo media hora después, caminando hacia casa, la verdadera naturaleza de lo que el director había querido hacer cayó sobre mí y me sacudió como una revelación. Chapeau!
Volviendo a Shyamalan, a su joven edad (nació en 1970) ya logró hacerse un lugar en el panteón de los directores de cine “de culto”, esos que logran darle una impronta tan personal a todo lo que hacen que sencillamente uno tiene que ver cada nueva película que hacen, como diciendo “¿qué habrá hecho ahora?”. Pareciera que cada creación individual sólo tuviera sentido en el contexto de la “obra” completa; como si cada nueva película fuera una tentativa más elaborada de expresar una misma idea recurrente que los obsesiona y que sólo comprenderemos al final de su carrera. Pasa con Spielberg, pasa con ese genio que es Tim Burton: tuve que ver muchas de sus películas para entender a medias el pedo mental de El joven manos de tijera; y cada vez me convenzo más de que también Shyamalan tiene algo que decirnos que excede el marco de una sola película. Por estos lares, confieso que fui seguidor de Eliseo Subiela, pero creo que ya no puedo seguir siéndolo después de la segunda parte de El lado del corazón o No te mueras sin decirme a donde vas. (Me llevó menos tiempo desencantarme de Marcelo Pyñeiro: bastaron Tanguito y Caballos salvajes para entender que ya nada de lo que haga puede interesarme.)
Si a pesar de haberme resultado mortalmente aburrida, no digo que La dama del agua es una mala película, es porque temo que Shyamalan la hizo deliberadamente así, sabiendo que buena parte de quienes la vieran nos íbamos a aburrir como ostras, y que ahora debe de estar riéndose de todos nosotros; que el muy cabrón lo hizo a propósito, nos puso una trampa y caímos en ella como chorlitos. Si mi sospecha es cierta, en vez de filmar una historia que sencillamente agradara o entretuviera al respetable, Shyamalan se propuso hacer un experimento sicológico, sociológico o estético con su público, dividirlo en una mayoría de personas que manifiestamente no iban a cazar ni medio y una minoría de espectadores que sabrían entrar en juego. Un juego que podríamos resumir así: él nos cuenta una historia sobrecargada, un inverosímil cuento de hadas (a bedtime story), que al resto nos va a parecer absurdo, aburrido, estúpido, tedioso, ridículo, a menos, claro está, que seamos capaces de hacer lo que nos pide y adoptar otro punto de vista (una película como El sexto sentido, que marcó un corte clarísimo y bienvenido en el decadente cine de terror norteamericano, también fue posible sólo mediante un cambio de punto de vista). Eso que espera Shyamalan de nosotros lo explica claramente durante la película (llena de guiños autorreferenciales), y no es algo fácil de hacer (quizá sea esa la moraleja de la historia). Pero si somos capaces de hacerlo, entonces la película tal vez se salve, y nosotros con ella. Si es así, me saco el sombrero ante la manera arriesgada y algo retorcida que eligió el director para componer esta obra abierta que sólo puede cerrar con la complicidad del espectador (aunque me molesta cierta falta de sutileza).
También reconozco que fui a verla para ver actuar una vez más a ese pequeño gran actor que es Paul Giamatti, y que no me defraudó. La rubia Bryce Dallas Howard aporta su belleza gélida y distante, pero creo que sobreactúa un poquito. Y los cazadores de perlitas con buena memoria para las caras van a encontrar en un papel secundario a una de las manicuras que se burlaban de Elaine en el capítulo de Seinfeld en el que nos enteramos de que Frank Costanza habla coreano y tiene un problema de mal olor en los pies.
ATENCIÓN (agregado a las 11.22 del lunes 23 de octubre): La lectora Bandana desafía el justo castigo divino explicado en este post y en el segundo comentario cuenta el final de Los Otros y de Sexto Sentido. Se creen que es joda. Que pueden hacer lo que se les cante con sus vidas. Que el infierno es un invento de los curas. Al final, voy a tener que darle la razón a Benedicto XVI, el secularismo de esta sociedad podrida asusta. No digan que no les avisé.
6 comentarios:
Shyamalan me dejó de interesar en el mismo momento en que vi "Sexto Sentido". No me gustó; tuve el mal tino de verla después de "Los Otros", y descubrí que eran idénticas; sólo que "Los Otros" me sobresaltó tres o cuatro veces, y "SExto Sentido" no.
Idénticas, digo, en la relación entre los muertos y los vivos y la inversión que se descubre al final. (Seguramente yo voy a ir a ese infierno lleno de butacas vacías por revelar finales)
Ya no tengo salvación; estoy padeciendo ese castigo en vida. El jueves, mientras miraba "Sos mi vida", escuché por la ventana del patio que mi vecino (quien miraba el mismo programa)decía: "A(l personaje de) Facundo Arana lo matan el doce de diciembre"
Basta, Marcela, ya se acabó la jodita del gay discriminado. Cambiá el disco por favor que ya estás aburriendo.
Yo soy fan de Shyamalan, a pesar de "Señales". Y me fui del cine con una sensación un tanto extraña: no me quedó claro si la película es buenísima o es malísima, pero sin duda es hermosa.
Por supuesto, me refiero a la película tema del post, no a "Señales". Sorry.
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