Hay que prestar atención a la metáfora que se desprende de la imagen: una pelota de tenis que pasa por encima de una red. No se ve a los jugadores; sólo la pelota que va y viene. En algún momento, la pelota toca la red y se va hacia arriba. No se sabe de qué lado va a caer. Luego desciende y un segundo antes de que el destino esté claro y sellado, la cámara se detiene. Una voz en off dice algo que en ese momento puede tener al menos dos sentidos contrapuestos: es revelador, o es banal. Se dice algo (no lo recuerdo literalmente) acerca de la suerte. Algo así como “si todos supiéramos la cantidad de suerte que ha intervenido aun en aquellas decisiones mejor estudiadas, no seríamos tan... (¿soberbios? ¿calculadores? ¿meticulosos? No recuerdo el tenor del adjetivo)”
La imagen, la metáfora y lo que dice la voz en off suenan pueriles. La genialidad está en que estos elementos se conjugan perfectamente para que la metáfora adquiera un sentido pleno en un acontecimiento posterior, y que uno pueda releerla sin ese escozor que provocan las sentencias desgastasdas y las imágenes muchas veces vistas en películas mediocres o en sueños inverosímiles.
El resultado es que, para llegar a develar la metáfora, el espectador en apenas diez minutos de película ya se encuentra inmerso en una trama tensa y dinámica, en la cual resulta difícil predecir los acontecimientos inmediatos. En realidad lo poco que uno puede predecir, se consuma rápido y pasa. No se crean falsas expectativas con hechos que luego no ocurren. Y lo que ocurre no defrauda.
La diferencia entre los buenos narradores y los malos no está en el tema que hayan elegido, sino en jugar sutilmente con unos pocos elementos que pueden sonar a ya vistos y escuchados, y hacer de ellos una historia interesante y sin golpes bajos.
Aunque no podía faltar (y quizás sobraba) el costado psicológico del autor, quien cedió a la tentación de hacer hablar a los muertos desde la voz de un dilema ético, en un tal vez innecesario monólogo entre varias facetas de una misma conciencia.
La película es “Match Point”, de Woody Allen.
8 comentarios:
Me gusta que hayas dicho el nombre de la película.
ha pasado algo con allen en estos últimos dos o 3 años.
allen ha dejado de querer ser novedoso, y se ha ido conviertiendo en algo así como clásico.
ya hizo esas cosas tan de autor, tan propias: la marca de clase y de grupo social, el humor post psico, el ingenio, las puestas teatrales, el manierismo temático, los guiños para aquellos que ya sabían quién era, etc, etc.
y ahora quiere hacer buenas películas, qunque no hagan ruido. es el mejor momento me parece. cuando ya se pasó esa cosa de ser la vanguardia de uno mismo.
y entonces se va acercando a ser un clásico...
esto da para mas, claro
Pregunto: ¿Hay alguna otra manera de convertirse en un Clásico?
andaluza:
es la pregunta que necesitábamos.
como toda buena pregunta, plantea varios problemas.
esbozo un par de tales problemas, tratando de olvidar por un momento el mentado texto de eco sobre este asunto de las obras clásicas.
ante tu duda cruda pienso que hitchcock siempre fue clásico, que no se convirtió nunca en uno.
quiero decir: las últimas películas de allen apuntan a clásico, las primeras apuntan a hacer más que nada unos ruidos personales. entre las primeras de hitch (o de coppola) ya hay clásicos, y los ruidos son ocasionales.
entonces, parece haber por un lado un proceso que va cierto tipo de necesidad autorreferencial ruidosa a un tipo de ubicuidad formal (la clásica) en allen, proceso que no se verifica en otros.
ufff ... esto que digo está muy sintetizado e implica muchos sobreentendidos...
si alguien me ayuda a tirar de algún hilito, preguntándose por ejemplo por que un clasico es tal, seguimos.
Hipótesis: un clásico es tal porque da una indicación de hacia dónde va la humanidad, y resulta que la humanidad (vaya término genérico, si los hay: habría que prohibirlo) va para el lugar hacia donde el clásico indica. De hecho, por eso es clásico. No porque sea especialmente buena, sino porque dice lo que se es o hacia dónde se va.
Si yo estuviera mínimamente convencido de lo que acabo de decir, defendería esto a muerte. Pero no, no sé por qué se llama clásicos a los clásicos. A todo esto, Cacho CAstaña: ¿es un clásico? ¿Y Porcel y Olmedo? Respuestas a este tipo de interrogantes me llevan a dilucidar un poco qué entendemos cuando decimos 'un clásico'.
La discusión de fondo siempre será si nos gusta o no una obra independientemente de dónde, cómo y quién la haya realizado, eso se sobreentiende y creo que estamos de acuerdo.
Hecha la salvedad voy a plantar solo una de las posibles acepciones de clásico. Y es la de los nacimientos, donde lo que hoy es clásico ayer fue el capricho de alguien que marcaba un rumbo (tal vez incierto), de un modo personal (porque no queda otra) y con suerte innovador. Me refiero al que primero electrificó una guitarra, al que improvisó un triple salto mortal, al que filmó con una cámara en movimiento, al que la emprendía con decasílabos en rima o al que pintaba unas frutas sobre una canastita., luego lo clásico se convierte en fórmula, porque lo seguro siempre tiene más adeptos y es mentira que lo llevaron preso.
Para que Allen (o el que elijan) sea un clásico, antes debió previamente forjar su modo y su firma a fuerza de machacar en la piedra hasta entrar, claro que también cabe la posibilidad de imitar un estilo clásico de un modo correcto y arrancar algún desmedido elogio por eso, me refiero a haber vivido un rato la vida de otro y comer de su heladera.
Luego los clásicos (porque tienen esa virtud como condición inicial) se sienten incómodos (me sobran los ejemplos por eso no doy ninguno) y tratan de escaparse de la cueva que forjaron. Eso es ley.
“Hagas lo que hagas te criticarán” por eso yo prefiero siempre a los que cabecean las rocas.
Me gusta lo que dice Diego. Entonces, ¿es un clásico porque los otros vieron su estilo como algo muy personal y lo aceptaron socialmente? Con Woody Allen esto cuadra a la perfección. Al principio, quizás (no lo sé) Woody sorprendía y trataba de abrirse paso con su particular estilo. Pero si uno ve las primeras películas de él (por ejemplo: "robó, huyó y lo pescaron") tal vez le parezcan tímidas e ingenuas. Match point está muy muy lejos de esa candidez y ese parece ser uno de los ejemplos de "tratar de escaparse de la cueva que han forjado". Yo agregaría: uno se escapa necesariamente de las cuevas que ha forjado, y gran parte de las cuevas la han forjado la mirada de los otros. Sobre todo, si se convirtieron en cuevas clásicas.
Ahora bien: ¿es un delito intelectual imitar (o seguir: interpreto "imitar" como "ir por los carriles de") un estilo clásico? ¿Cuál es la función de un artista: seguir un estilo o crear un estilo? Ambas son funciones que pueden admitirse dentro de las reglas del juego. El soneto es un estilo clásico; se puede ser un excelente escritor siguiendo ese estilo. Y, por otra parte, nadie puede vivir la vida de otro (aunque sí comer de su heladera; lo cual no sería un delito si fuéramos comunistas o si la heladera fuese a su vez robada).
A mí me gusta que todo sea criticable. En el mejor de los sentidos, "criticar" es hacer una obra infinita; una obra hecha de cierta materialidad más el diálogo que origina esa materialidad. Si no se abunda en falacias, el diálogo puede ser perpetuo: se puede criticar la crítica hasta el infinito. Hacer eso es una muestra de saludable afición por el discurso argumentado. Es la mejor propuesta para tratar de construir un mejor entendimiento.
No, no es un delito imitar, es más, es casi la primer elección de un artista. Yo por eso al principio de mi post dije que me iba a referir a los nacimientos de los clásicos.
Ahora ser un excelente artista dentro de un estilo clásico es otra cosa, y les cedo la palabra.
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