sábado, 18 de septiembre de 2010

Pequeñas anécdotas de las instituciones (V): el 188


El colectivo en el que viajo hacia el fondo de Lomas los viernes a la tarde lleva mucha gente de capital a provincia. A medida que avanza en su recorrido, se va llenando hasta límites casi imposibles. Lo tomo vacío en la parada de Palermo y siempre consigo asiento, aunque más temprano que tarde habré de cederlo a alguna mujer embarazada, o a una mujer con dos chicos a cuestas, o a una que está embarazada y además lleva uno o dos chicos a cuestas, o a una anciana que carga bártulos mas grandes que ella misma, o a alguien con media pierna de menos y una muleta. A pedido de una pasajera, llevé una vez sobre las rodillas durante media hora una torta de fiesta de 15 cubierta de fondant rosa, cuidándola para que no se rompa. También he llevado a upa un bebé prestado, estando yo mismo de pie; uno de mis brazos para el bebé y el otro para agarrarme del caño de arriba. Una vez chocamos y todos nos golpeamos un poco contra otros o contra algo, nada grave. Pero lo de ayer fue lo más excéntrico: con el bus a medio llenar, un tipo de unos 40 se levanta de su asiento de la tercera fila y pregunta tranquilo, mirando hacia atrás: "¿alguien puede darme una mano?". Cuando el tipo se para, se ve que de un brazo, por debajo de la manga de la camperade pl+astico azul, le chorrea sangre hasta el piso. La gente finge que duerme o que no escucha, algunos ciertamente duermen o no escuchan. Entonces lo busco con la mirada, le hago que sí con la cabeza, le digo "vení" y el tipo se acerca con un bolisto, siempre chorreando sangre. Me dice escuetamente que le hicieron diálisis recién y que no le taponaron bien el buco, me pide que le saque la campera, me muestra una gasa enrrollada. Superando apenas mi miedo atávico a la sangre fresca, le saco la campera. Me señala el aujero en el brazo del que brota sangre y me da el rollito de gasa. hago un apósito masomenos grueso con la gasa, lo apoyo fuerte en agujerito y lo contengo con el pulgar, mientras le sostengo el brazo. No hablamos. El tipo saca del bolsito una venda elástica con velcro y me la alcanza, la ajusto alrededor del brazo, bien apretada encima del apósito. Con un pedacito de la gasa que sobró le limpio el brazo. Le pongo la campera, el tipo va a sentarse. El piso del bus está ensangrentado y mis manos también. Pálido, sudando y con la presión baja, tranquilamente, miro hacia atrás, al resto de los pasajeros, y muestro mis manos. Al tipo no le dieron bola; tal vez por culpa, a mí si me dan: una señora me pasa un frasco de alcohol en gel que saca de su cartera, una chica me arroja un paquete de pañuelos descartables; me limpio las manos. Con los restos de los pañuelos saco la sangre del piso. Abro la ventanilla, tiro el papel por la ventanilla, vuelvo a pasarme alcohol, devuelvo la boltellita. Ya vamos pasando Pompeya.

8 comentarios:

Jorge Mux dijo...

Tremendo.

yanomamo dijo...

Pura ficcion. Pero esta bien, me gusta.

Mauro A Fernandez dijo...

se puede escribir otra cosa que no sea ficción?

Chucurto Gabber dijo...

Todo lo escribe Mauro para hacer ver que Mauro es un buen tipo que ayuda a la gente.
Andáaaa...

Mauro A Fernandez dijo...

tenés razón, no me había dado cuenta

Corcho dijo...

Estos son algunos de los problemas que acarrea el uso literario de la primera persona

Andrea Beeta dijo...

Bonito relato, sólo que....
qué feo sonaría si los Redondos hubieran titulado: Ultimo Bus a Finisterre... Bus?

Mauro A Fernandez dijo...

y si,"bus", quevaser... categoria compartida con "colectivo", si acaso te fijas...